La Bruja

La apodé La Bruja porque en sus ojos no existía el tiempo, ella se bebía los minutos y yo los bebía de sus pupilas. Esas pupilas que podían convertir un minuto en una eternidad y un parpadeo en un hechizo. Conocí a La Bruja mientras con la gracia de un malabarista servía un martini doble. La adoré desde el momento en el que con una sonrisa en los labios me preguntó si quería algo más que una patética cerveza y no, esto que estoy narrando no es otra historia de amor con un final feliz. Si quieren saber la verdad, La Bruja está muerta, desaparecida o secuestrada. Perdida en algún horrible lugar, un sitio aún más despreciable que la incertidumbre y el dolor en el que estoy viviendo.

Llegué cinco minutos tarde a nuestra cita diaria y la tragedia decidió escribir mi historia y la suya a partir de esa maldita hora. La vida tiene esta forma absurda de llevarnos al éxtasis de la felicidad y después tirarnos hasta lo más profundo de la oscuridad. Basta con doblar en la esquina equivocada, con encontrarte en el lugar incorrecto o con toparte con las personas menos indicadas para que tu vida de un giro, para que quizá no haya retorno; a veces trescientos segundos son suficientes para que la felicidad que antes conociste desaparezca.

Quizá antes de empezar a contar esta historia deba presentarme. Mi nombre es Lucas, tengo treinta y seis años y estoy narrando estas líneas sentado en la cama de un hotel barato con cantidades industriales de alcohol inundando mis venas, porque aún no encuentro el valor para regresar al espacio que alguna vez compartimos.

La Bruja trabajaba en uno de los tantos antros que alberga esta ciudad, sus ojos eran tan oscuros que casi podía afirmar que eran negros si no hubiera sido porque los pude admirar mañanas enteras a contraluz y encontraba en ellos resplandores de claridad. Me enamoré de ella la mañana en la que después de coger como animales despertó entre mis brazos. Les dije, que esto no era una clásica historia de amor.

Ella contoneaba las caderas detrás de la barra y sus senos turgentes asomando por su escote hipnotizaban a más de uno, incluyéndome. La Bruja ponía el alcohol en nuestras copas y nosotros lo ingeríamos presurosos como si bebiéramos un poco de sus pociones o quizá un poco de la magia que emanaba de sus labios cada vez que sonreía.
Noche tras noche me sentaba en la barra y aguardaba como un cazador espera el momento de atacar a su presa. En silencio, con paciencia, aprendiendo y comprendiendo cualquier movimiento. Hasta que un día su voz ronca y sexy se dirigió hacia mí.
-Oye, perdedor ¿vas a querer algo más?. – Me lo preguntó mientras soltaba una carcajada al ver mi cara.
-A ti.- contesté, con ese aire de superioridad de fanfarrón de cuarta. Sorprendentemente funcionó, pero no porque fuera fácil de impresionar; ella conocía a los de mi clase. Solitarios que buscan huir de ese sentimiento cada noche, de esos que prefieren reventarse los oídos y destruir el hígado antes de permitirle a la vida recordarle que no hay quien aguarde en casa. Me pidió que esperara a que terminara su turno, sería casi de mañana me advirtió y asentí.

Esperé paciente, ya no analizando sus movimientos sino disfrutándolos como quien disfruta de una especie de ballet que se representa cada noche. Se movía con tal gracia por toda la barra que me tenía totalmente intoxicado. Salimos con la luz del alba pegando en nuestros ojos y corrimos hacia mi auto como vampiros que se refugian antes de que el sol se asome por completo.

-¿Tu casa o la mía? – Pregunté.
-La tuya. – Respondió con una sonrisa entre burlona y seductora.

Manejé durante diez minutos y llegamos a nuestro destino. Entramos a toda prisa, cerré la puerta de una patada y comenzamos a desvestirnos entre besos apasionados y profundos. Entre sus manos y las mías tocando nuestros cuerpos con la misma ansiedad que dos adolescentes se exploran. La desnudé por completo y me tiró sobre la alfombra, desde mi perspectiva podía admirar la perfección de su cuerpo, de sus caderas, de sus senos, de su piel. Podía sentirla moviéndose sobre mí pero yo ya estaba totalmente hipnotizado por su belleza. Este ritual lo repetimos durante horas y durante más de tres meses. La Bruja ya era Mi Bruja y yo cada mañana la esperaba frente a la entrada del antro con la exactitud de un reloj suizo, 5:55 a.m.

Aquella maldita mañana el coche no arrancó y llevaba cinco minutos de retraso, llegué a la puerta del lugar 6:00 am en punto, pero ella no estaba. A las 6:10 la puerta se abrió y Julián, el gerente bajaba la cortina. Me acerqué y pregunté por ella. Salió a las 5:55 como cada mañana, sentenció. Marqué insistentemente su celular y no hubo respuesta. La angustia comenzaba a apoderarse de mí, aún no entendía por qué este miedo me recorría el cuerpo, por qué las nauseas se agolpaban en la boca del estómago. No entendía por qué mi instinto me indicaba que tenía que correr a buscarla, que algo no andaba bien. Cerré mi auto y comencé a caminar sobre la acera. En la esquina una chamarra de cuero rasgada que aún olía a ella me confirmaba lo inevitable, alguien se la había llevado. Golpee las puertas y toqué los timbres de los vecinos pero no obtuve respuesta, los habitantes de cada uno de los edificios preferían sentirse ajenos a todo lo que ocurría afuera.

Subí a mi auto, manejé durante horas, recorrí una por una las calles que rodeaban el último lugar en el que habían visto a La Bruja, marcaba con desesperación su número telefónico pero estaba muerto, del otro lado una voz robótica repetía el mismo mensaje. La tarde me sorprendió perdido en la ciudad, exhausto terminé en el Ministerio Público, pasaron horas antes de que alguien se dignara a dirigirme la palabra. Narré mi versión de la historia con desesperación, mientras del otro lado lo único que recibía era frialdad e indiferencia. Quizá no debía de sorprenderme; después de todo vivo en un país en el que la impunidad reina. Salí con el corazón desencajado, el alma hecha pedazos y la certeza de que en este territorio únicamente sobrevive quien toma justicia por su propia mano.

Me dirigí hacia la calle que fue testigo mudo de nuestros encuentros diarios y busqué cámaras de seguridad con los ojos llenos de lágrimas en medio de un sentimiento de impotencia. Un restaurante ubicado en la esquina de enfrente resplandecía como mi única luz de esperanza. Me acerqué a la barra del lugar y rogué por ver sus grabaciones de la madrugada.

Hoy hace dos semanas que La Bruja no aparece, nadie la ha visto, las cámaras de seguridad grabaron un auto color negro, una mujer como tantas en esta ciudad forcejeando, tratando de evitar a toda costa convertirse en un número, en una maldita estadística en el noticiario. Las cámaras, testigos mudos de esta ciudad en la que la violencia no parece tener límites, ni miedo. Hoy hace dos semanas que dos hombres me robaron la sonrisa del rostro y yo como tantos allá afuera ruega porque un día regrese, porque no sea el siguiente cuerpo que aparece abandonado en un canal, ruegas y te aferras a lo único que te mantiene vivo, a su recuerdo. Porque en este país hasta la esperanza parece estar muerta.

 

Dedicado a todas las mujeres que me han enseñado a ser fuerte y valiente y a todos esos hombres que me he encontrado en la vida y me han protegido.
@UnaTalAri

 

Una respuesta a “La Bruja”

  1. Avatar de Santiago Juárez
    Santiago Juárez

    Enorme talento
    Me encanta esta historia, ya se convirtió en estás historias que puedo leer y volver a leer y querer leer de nuevo

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Soy Ari

Mi sueño siempre ha sido escribir, contar historias, narrar hechos, inventar cuentos, pero de alguna u otra forma terminé en el mundo corporativo, absorta en una rutina de ocho horas de trabajo. Este blog, es un homenaje a los sueños que aún no se cumplen pero que siguen en el tintero.

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